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@tatizula



martes, diciembre 7

No es justo, no es señal de progreso, pero no es el fin del mundo y saldremos ilesos.

¿Vivir en un país mejor?, quizá sea símbolo de nacionalismo pero no hay mejor país que Venezuela, ni nada mejor que ser venezolano. ¿Y saben por qué?, porque Venezuela es un país de luchadores.
Para mi Venezuela no es ese país en retroceso, sin futuro, oscuro y mediocre, no, Venezuela es una tierra llena de oportunidades pero con necesidad de cambio, de progreso y principalmente, de aprendizaje.
A los venezolanos nos toca aprender a vivir, a sentir, a luchar, pero fundamentalmente, a despertar, porque al parecer olvidamos como hacerlo y nos quedamos dormidos en un mar de resignación y hartazgo.
Es cierto que el venezolano es un calificativo que denota a personas increíblemente audaces, creativas, progresistas, aventureras... ser venezolano significa no rendirse, trabajar con lo que se tiene y con lo que se puede, pero quizá, esta capacidad de amoldarse fácilmente a la situación, del “como vaya viniendo, vamos viendo” sea nuestra principal falla y el principal motivo del cansancio cotidiano, puesto que toleramos tanto que al parecer llegamos al punto en que ponemos en riesgo nuestra integridad como nación.
Se refleja en las calles, plazas, en cada rincón del país hay una molestia colectiva, una rabia compartida, un agotamiento exhaustivo cada vez que se vive y respira el día a día bajo esta situación extraña, bajo esta sombra sigilosa que llega a nuestra mente cuando se habla de “futuro”.
Que por cierto, es una de las actitudes más absurdas a adoptar en estos momentos, pues, ¿cómo es posible estar cansado si apenas es que se está comenzando la batalla, la lucha?... Venezuela,¡¡ necesitas despertar!!
Debes despertar de ese odio, de esa separación absurda, de ese pánico condicionado al porvenir, Y solo se lograra con unión. Venezuela no es un país integrado por dos mitades, por dos visiones, dos ideologías netamente opuestas, no. Venezuela es un pueblo completo y uniforme, con sus defectos y virtudes que necesita retomar sus principios para aventurarse en la búsqueda de un mejor mañana.
Se necesitan venezolanos que establezcan ideas en vez de críticas, que asuman responsabilidad en vez de quejas, que practique la empatía como idiosincrasia.
Aunque la rutina parezca agotadora, aunque hayan pruebas y designios que demuestren un futuro pleno prácticamente inalcanzable, tenemos que enfrentar el problema y “dar la cara” a la realidad en la que nos metimos. Hay que hacerlo por vivir en democracia, por ser ciudadanos, por deber con nuestros hijos y por respeto hacia nosotros mismos.
No es posible que un individuo pase todo el día quejándose de la realidad de la situación actual, marginando y maldiciendo a todo el mundo, en vez de buscar las herramientas para mejorarla.
Venezolanos, despertemos, el cambio está en nosotros mismos: en respetar las leyes, en seguir las normas, en ejercer el derecho al voto (que por cierto, es secreto e individual), en acciones tan simples como dar el paso a otro carro en la avenida o decir “por favor” y “gracias” a la señora que nos vende el café cada mañana.
Es cuestión de sentido común, de experiencias diarias, de refranes viejos, de psicología de autoayuda, de frases trilladas como “la esperanza es lo último que se pierde”.
Ciertamente, estos no son nuestros mejores tiempos, y es que, ciertamente, cuando leemos el periódico cada mañana podemos observar un panorama económico, político y socialmente inestable.
Habrá quien diga que mejor que ahora nunca hemos estado, que crea fielmente en que esta es la mejor realidad; pero para eso existe el dialogo, en vez de la confrontación, los juicios en vez de sentencias unánimes, la libertad de expresión en vez de la censura.
Y, aunque aparezcan obstáculos en el camino, aunque intenten imponer ideologías, aunque busquen mil y un maneras de engañarnos, es fundamental no perder la fe, la paciencia y la templanza en vez doblegarnos ante la resignación y la sumisión. Venezuela, despierta, no pierdas la voluntad, siempre has sabido resolver tus crisis con determinación, con valor y ahora es tiempo que vuelvas a ser quien eras.
Mi país no está integrado por personas que solo se manejan entre ideas políticas, entre dos aguas opuestas, no, tampoco por seres ignorantes e irritantes que actúan antes de pensar, que se dejan llevar por los impulsos, que arrasan con todo a su alrededor.
Venezuela, como lo dije en un principio, está hecha de luchadores, de combatientes, de superhéroes cotidianos que sin capa ni espada hacen de este lugar un sitio que “vale la pena”.
La Venezuela que yo sueño se parece mucho a la que yo vivo: es una Venezuela llena de gente con ganas de luchar, de salir adelante. Llena de juventud, de universitarios dispuestos a confrontar la mas mínima pizca de injusticia al estilo de la vieja escuela: con dialogo y argumentación. Yo soy una de esos, conozco muchos así, nosotros somos la Venezuela que soñamos.
Y no son solo jóvenes estudiantes, pues es cierto que a esta edad hay mas pasión, mas esfuerzo, mas motivación, pero esto no significa que solo nosotros luchemos por el país, porque al abuelo que está sentado en la esquina leyendo el periódico por las tardes, le debe doler, al menos un poquito ver al país que creció en las condiciones en que estamos. Verlo lleno de odio, de desespero colectivo, de violencia, de inseguridad, de irrespeto. Debe dolerle el hecho que sus nietos no pudieron conocer la vida útil del edificio que se expropió, que jueguen a “las pistolas” en vez de a “los pitufos”, que no pueda disfrutar de una noche estrellada por una plaza bolívar por el temor al hurto, al secuestro, al hampa.
No es justo, no es señal de progreso, pero no es el fin del mundo y saldremos ilesos. De hecho, saldremos de esta autodenominada y auto determinada “crisis” mucho mejor que cuando comenzamos, porque seremos un pueblo con experiencia, con aprendizaje, con reincorporados valores que nos harán pensar dos veces antes de tomar una decisión importante para la vida misma.
Venezuela es un país seguro para todo aquel que crea en sí mismo, en su capacidad y su habilidad para hacerlo viable; tiene una realidad estable para todo aquel que esté conforme con las acciones que ejecutó para mejorarla y es un país mejor para aquel que logre implementar un cambio en esta agobiante rutina.
La Venezuela de mis sueños se diferencia de esta por la desunión y el desarraigo con el otro. Del resto, sus integrantes se parecen bastante, perseverantes, emprendedores, incansables... Solo que, de vez en cuando (como todo gran pueblo) necesita un “empujoncito” que le confirme que efectivamente puede hacerlo mejor, que si hay un mañana y que vale la pena intentarlo.

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